Germán Jauregui en Sunset on Mars

Sunset on Mars © Fred Debrock


Música para la danza Mercedes L. Caballero


Protagonistas de una de las uniones artísticas más categóricas y perdurables, la música y la danza vienen tejiendo una rica historia de hermanamiento escénico. Borja Ramos, destacado compositor de la escena, autor de más de cuarenta producciones musicales para danza, recorre entresijos y desvela pautas de su acercamiento a este arte.


[...] Cuando Borja Ramos (Barakaldo, 1973), se interesó por la danza desde un punto de vista profesional y musical, Valencia, ciudad en la que residía y estudiaba Bellas Artes, era foco efervescente de emergentes y afianzadas compañías de danza y de plataformas para su exhibición como el festival Dansa València. Y en una edición de esta muestra, que encontró a finales de los 90 del siglo pasado uno de sus momentos más enriquecedores, arrancó su trayectoria como compositor, que hasta la fecha, y solo para danza contemporánea, firma con más de cuarenta producciones. «Allí empecé a ver danza en escena y descubrí a Damián Muñoz (Premio Nacional de Danza 2015). Mi primer acercamiento a este creador fue para proponerle una pieza de vídeo danza, ya que estaba estudiando la rama de Audiovisuales. Aquel trabajo quedó inconcluso pero fue el desencadenante para que acabara componiendo la música de varias escenas de Daño. Ahí empezó todo.» recuerda Ramos, formado en composición electroacústica. Germán Jauregui, 10 & 10 Danza, Idoia Zabaleta, Natalia Medina, el Ballet de Víctor Ullate, Blanca Arrieta, Matxalen Bilbao, Asier Zabaleta, Cesc Gelabert, con quien trabaja de modo continuado en los últimos años... todos ellos cuentan en su trayectoria coreográfica con composiciones originales de Borja Ramos, que encuentra en la relación con el coreógrafo, el primer paso en el desarrollo de su labor junto a la danza. «La relación de un coreógrafo y bailarín con la música es muy especial. Muy íntima. En ocasiones, el motor que les hace trabajar. Así que lo primero que hago es escuchar cómo la escuchan. A veces una simple pauta poética, poco narrativa, abstracta, sirve para arrancar. Algo muy importante para mí es planificar cuidadosamente los medios de producción con los que contaré, e introducirlos desde el principio como parte del proceso creativo.»

—¿Y cómo evoluciona su proceso a partir de ahí?

—En general, el compositor necesita soledad y concentración. Ves ensayos y luego te encierras. También trabajo mucho con vídeo. Lo importante de la relación que se crea es cómo dialogarán en la percepción del espectador danza y música.

—¿Cómo se establece la comunicación con el creador de danza?

—Hay que ser elástico. Uno es parte de un trabajo en equipo y hay que saber adaptarse constantemente. Hay que ser generoso, probar, tirar material... No se puede llegar imponiendo una propuesta. Una vez, Cesc Gelabert me dijo: «el que pide no es el coreógrafo, sino el espectáculo». Y llega ese momento en la creación en el que lo que construyes tiene una entidad propia y pide por sí mismo. Tu ego no puede bloquear eso.

—Desde su experiencia, ¿llega antes el movimiento o la música?

—En la danza contemporánea, la música suele llegar después. El discurso vertebrador es el del movimiento. Y el músico, sobre esa estructura, intenta establecer un diálogo que debe abrir y multiplicar la propuesta inicial. A veces es a la inversa: en La muntanya al teu voltant, de Cesc Gelabert, por cuestiones de producción primero se compuso la música y luego el movimiento. Así la música ayudó a construir después el movimiento.

—¿Qué le aporta a usted la danza a nivel profesional?

—La danza me permite un relación mucho más sutil y profunda que en teatro y cine. La música no es solo un aliado en segundo plano para provocar emociones. En la danza da forma al espectáculo, lo estructura. Componer para danza sigue siendo un gran placer: escuchar tu trabajo a través del cuerpo de un interprete hace que crezca y viva de un modo misterioso difícil de explicar.

Artescénicas #3 Madrid, 2016